La noche no parecía a ninguna otra que les hubiese tocado en alta mar. El sacerdote soltaba jaculatorias a cada momento pues presentía que algo iba a pasar. De antemano sabía que la barca en la que buscaban su salvación no resistiría una tormenta, pues sobrepasaban el cupo que ésta podría sostener, sin embargo la desesperación hizo que estos diez personajes que les voy a presentar, zarparan a encontrar un pedazo de tierra que los alejara de aquella ola de destrucción que había tocado al pequeño pueblo de San Carlo.
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El sacerdote Ramírez había sido mandado de la capital, para poner orden en San Carlo, que más que católico, parecía venerarse a sí mismo, todos tan distinguidos, tan de buenas costumbres que parecían no necesitar la religión para vivir. Por ello, el padre Ramírez se dio a la tarea de colarse en las más altas esferas del pueblo para influir, por consiguiente, en los demás habitantes.
En la barca iban Rodrigo, un abogado en ciernes que se había casado con Eugenia quien también iba a bordo, ella sufría serios desequilibrios mentales que eran provocados por sus nervios, por lo cual, Rodrigo siempre traía en su maletín frascos de sedantes que le habían medicado antes del desastres que acabó con su pueblo.
Jorge era un excepcional Violinista, que había salido del pueblo para tocar ante la corona española, sin embargo la fama en ese pueblo es como una maldición, comenzó a consumir drogas y quedó en quiebra, lo que lo orilló a involucrarse en el tráfico de drogas, después de 7 años, a los 46 años de edad, Jorge quedó en libertad retomando la pasión que le había sido todo en la vida, el violín. Para su mala suerte en la barca Iba a bordo Ignacio, un policía con una vocación indiscutible, había sido ganador de medallas al mérito, pues era un hombre recto, como pocos. Ignacio sentía el deber de vigilar a Jorge debido a su historia, muy conocida por todos los pasajeros de aquella barca.
Martina era una doctora de 36 años de edad, ya había pasado su edad de merecer. Se había quedado sola a causa de un problema que la atormentaba cada día. A los 20 años se enamora de un compañero de la facultad de medicina, el flechazo fue inmediato. Ambos se mudaron a vivir juntos y al terminar la carrera decidieron que ya era tiempo de encargar familia. Sin embargo los intentos no dieron frutos, Martina se trastornó tanto que hizo que su novio se fuera de su lado, pues la obsesión la había comenzado a carcomer. Sola se hundió en una tremenda depresión, pero muchos años después, sólo le queda resignarse a que nunca será una mujer completa, pues jamás conocerá el poder de dar vida.
Lucía era una muchachita que prefirió escoger la vida doméstica a muy temprana edad. A los 16 años con los que contaba en ese momento, ya cargaba en su vientre a un pequeño de 4 meses. No era muy brillante para eso de la escuela, por eso no fue nada extraño que decidiera dejarla, se enamoró perdidamente de su esposo, Manuel, pero este murió en aquella catástrofe que sacudió el pequeño pueblo donde vivían.
San Carlo era un pueblo habitado por muchos personajes; el violinista que había sido parte del narco, la loca hija de un acaudalado comerciante, la doctora infértil y como si fuera poco, vivía un travesti que por mucho tiempo había sido el escándalo más grande. Cristian o Perla, como se hacía llamar, era un hombre que había quedado huérfano desde muy pequeño. Su padre había sido dueño del banco del Norte mientras vivió, y después se lo heredó a su pequeño para que tuviera una vida muy holgada si él fallecía. Primero murió su madre, luego su padre, quedándose a cargo de su institutriz. El gusto por la falda y los tacones lo tuvo desde que recuerda, se colaba al cuarto de su madre, intacto desde que murió y se ponía su ropa, sus perfumes y sus zapatillas. De grande, y por el puro gusto, se prostituía, usando su casa como burdel.
Para completar el cuadro, a bordo de la barca se encontraba Jesús, un joven que se había marchado a estudiar a la ciudad, a una de las escuelas más prestigiosas en materia de Arquitectura. Ahí conoció a Carlos. Él siempre se había sentido diferente, ninguna chica de San Carlo jamás había llamado su atención, a pesar de las insistencias de su pesada madre, Doña Catalina. Carlos había despertado en él y para siempre, un inagotable deseo hacia el género femenino. Al término de su carrera, regresó a San Carlo con un aire diferente, era más femenino de costumbre, su madre al notarlo lo quiso obligar a casarse con alguna buena chica, sin embargo Jesús se opuso e hizo públicas sus preferencias. Doña Catalina le retiró el habla y nunca más permitió que nadie le hablara de su hijo otra vez.
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Alrededor de las 8 de la noche, la oscuridad se había tornado roja. El cielo parecía guardar el mismísimo fuego del infierno. Unos rayos rompían la inmensidad del firmamento y los truenos que le siguieron, pusieron a temblar a todos y cada uno de lo que iban en la barca.
Se desató una tormenta horrorosa. La poca estabilidad que tenía la barca no era suficiente para proseguir. Las olas se alzaban tanto que voltearon el pequeño navío haciendo que sólo seis de los diez pudieran salir a flote.
Con el pesar en sus rostros terminó la tormenta, muertos de frío y consternación por haber perdido a sus compañeros de viaje del modo en que sucedió los dejó sin habla un buen rato.
El silencio se rompió cuando Ignacio, se levantó con asombro y dio un grito que estremeció la inmensidad del mar – ¡Tierra! ¡Puedo verla, ya estamos cerca! – los restantes se quedaron sentado, no por falta de ganas de pararse a bailar y festejar, sino porque sabía que cualquier movimiento en falso podría provocar una tragedia.
Les regresó el ánimo al rostro, la poca comida que había podido llevar a bordo se perdió en aquella noche de tormenta, el hambre ya había invadido a cada pasajero, la desesperación de no encontrar tierra los había comenzado a invadir.
Después de un par de días más llegaron a tierra; Martina, Ignacio, Lucía, Jorge, Jesús y Rodrigo, a una isla que se presumía ante sus ojos, inmensa e imponente. Al principio sintieron alegría y corrieron a buscar frutos para poder alimentarse
Ellos no lo pensaron, pero en adelante, ellos se encargarían de poblar aquella isla. Tendrían que hacerse de la inteligencia necesaria para formar una comunidad que no tenga los prejuicios que tenía San Carlo. Los que sobrevivieron se desharían de sus tabúes para planear un nuevo pueblo. Cada integrante aportó algo para la comuna; Martina fue la encargada de la salud de los habitantes, fue la partera en el nacimiento del hijo de Lucía y comenzó a estudiar el poder de las plantas medicinales de la isla.
Rodrigo hizo un consenso para establecer las normas de la isla, Jorge comenzó a escribir en las hojas de las mafafas las canciones que tocaba con su violín, que logró salvar y llevarlo a la isla. Lucía dio a luz a un hermoso y fuerte niño, el primer habitante de la Isla. Jesús hizo uso de los materiales existentes para crear diseños para cada necesidad de los habitantes y para construir las viviendas, todos cooperaron para la construcción. Ignacio con su arma, se encargaba de proveer la carne que lograba cazar. Así los habitantes del extinto San Carlo comenzaron una nueva vida, convencidos que sobrevivieron exactamente los que tenían que ser para poder comenzar de nuevo.