08 julio, 2007

El legado de un Tabasqueño

Hace un tiempo leí un ensayo que se titulaba “ensayo pa’ balconear al mexicano” la verdad es que no lo entendí, me frustré tanto que no lo terminé de leer, aunque la intención de autor era mostrar la cultura “chilanga” la neta no entendí que tenía que hacer ahí la “chucha cuerera” me di cuenta que cada lugar tiene su muy particular forma de vida que muchos creen descifrar, sin embargo, a menos que vivas ahí lo podrás entender.

Para hacer un ensayo para balconear a un tabasqueño tendríamos que contemplar sus características físicas, culturales, su forma de comportarse, de vivir, su forma de manejar y por supuesto su forma de hablar.
Una amiga llegó a tabasco, ella vive en Nayarit y no pudo evitar notar la forma tan peculiar de hablar de algunas personas. Sin embargo, no todos los que nacimos y hemos vivido por muchos años en el estado hablamos raro, ya que habrá quienes digan –yo soy tabasqueños y no hablo así- A ustedes no me refiero, hablo de los chocos de corazón, de aquellos que antes de dejar de tomar pozol prefieren dejar la cerveza, de eso que comen caldo de gallina cuando la temperatura a la sombra es de 38º y a las 6 de la tarde salen a “tomar el fresco”, de aquellos que cuando se ensucian la ropa exclaman -¡ya me devané!-, de los que duermen embrocados, a los que sólo comen “un bocaito” y les encanta el chicarrón con puerco, la manea y la tortilla de maíz nuevo.

La prima de una buena amiga acaba de llegar a tabasco, ella vive en Nayarit y no pudo evitar notar la forma tan peculiar de hablar de algunas personas. La cosa es esta, no todos los que nacimos y hemos vivido por muchos años en el estado hablamos raro, ya que habrá muchos que digan –yo soy tabasqueños y no hablo así- Bueno, a ustedes no me refiero, hablo de los chocos de corazón, de aquellos que antes de dejar de tomar pozol prefieren dejar la cerveza, de eso que comen caldo de gallina cuando la temperatura a la sombra es de 38º y a las 6 de la tarde salen a “tomar el fresco”, de aquellos que cuando se ensucian la ropa exclaman -¡ya me devané!-, a los que sólo comen “un bocaito” y les encanta el chicarrón con puerco, la manea y la tortilla de maíz nuevo.

Le damos de nuevo la bienvenida a este texto al pozol, bebida fundamental para los tabasqueños en la temporada de calor. Se dice que ésta era tomada por los señores que trabajaban en los campos para mitigar el hambre y la sed que producían las largas jornadas de trabajo, tradición que se sigue hasta ahora entre la gente que trabaja bajo el intenso sol, es común ver a los señores albañiles llegar con su termo sudado que contiene la refrescante bebida o con su bola de pozol para ser prepara a la hora de la comida. Hablando de comida, no podemos pasar por alto la gran variedad comidas típicas que prefieren los tabasqueños, y no me refiero al pejelagarto (que ya nos trae hasta la madre) sino de lo que hay en la mesa de una familia tabasqueña. Un buen plato de caldo de gallina, un puchero de res, el famoso “pan de sopa”, las tortillas de maíz nuevo y un sartén con frijoles refritos, ¡ah, y si es temporada, el chinin no puede faltar!

Así es, la nutrición de un tabasqueño es a base de harinas, grasa y almidones, es por eso que estamos tan “rellenitos”, pero obviamente no pueden faltar los dulces, esos elaborados manjares en los cuales se pueden pasar semanas. Y no estoy exagerando, ¿¡saben cuántos días tardan para hacer el dulce de calabaza!? Sí que es un arte que lo disfrutamos los que tenemos la fortuna de encontrarlos en casa, y los que no, ¡de lo que se pierden!

En temporada de lluvia nos preparamos para recibir a los moscos e invitarlos a que pasen a chupar la sangre que quieran, total, sólo matamos a los que se nos pongan en las piernas, lo curioso es que nos hemos vuelto inmunes, cualquiera que venga de fuera tendrá el desencanto de llevar en su piel un recuerdo abultado y rojo (meramente) pero a nosotros parece ya no hacernos gran cosa, sin embargo no todo termina ahí; hay moscos, lelitas, grillos, tábanos, zancudos, chinches, avechuchos, y un sin fin de pequeños bichos que molestan hasta el cansancio y que son atraídos por la luz de los focos. Pero no hay de qué preocuparse, ya que el ingenio tabasqueño no podía fallar en estos casos, un eficiente “radiohuevo” (un cono de huevos) o una bolsa con agua para aquellos de las moscas, mantendrán a los insectos alejados mientras que el cartón donde venían contenidos los blanquillos, se consume.

El tabasqueño es mucho más que un habitante de algún municipio, es una identidad de aquel que nace en el estado en las condiciones que sea, ricos o pobres, todos convivimos con el mismo calor y los mismos moscos, e incluso hasta el más citadino no deja de preguntar ¿Qué jue? ¿Qué hiciste?

De ésta nueva generación del tabasqueño que ahora resulta fascinante; surgen nuevas formas de comunicación que intentan armonizar los anglicismos con los regionalismos dejando una forma muy particular a la hora de expresarnos, sin embargo, honor a quién honor merece.

Mi abuelito es Nacajuqueño de corazón, toda su vida, como muchos otros, ha estado en su pueblo querido, se casó hace 50 años y hasta la fecha es parte de un matrimonio sólido que parece irrompible ante todo, sin embargo lo que más destaca de mi viejo es sin duda su forma de hablar, su sello característico lo ha transmitido hasta mi padre, quien sin dudas es un gran discípulo de él. Gracias a él, nosotros (mi hermano y yo) hemos escuchado frases majestuosas que hemos llevado grabadas en nuestras mentes a lo largo de nuestra vida, las cuales hoy quiero compartir con ustedes.

Él nos enseñó que siempre que nos inviten de comer, no hay que decir, -sí gracias-, hay que decir –bueno, deme un bocaito-, de esa manera no damos a denotar que tenemos hambre y que en realidad no va a ser un bocado el que vamos a comer, pero eso es lo que ellos van a creer. Es obvio que al momento de servirte la comida, te van a ofrecer algo de “beber” sin embargo, con la misma cortesía es correcto decir, -bueno, dame un traguito- y de ese modo la gente no te verá como un gorrón, y mucho menos como un tragón.

También aprendí que cuando necesitamos que alguien voltee algo por nosotros, está bien decir –víralo tantito, sí, así cantéalo un poquito, cómo que jalas pa’ya y luego lo arrempujas- de esa manera, podemos dar instrucciones precisas de los movimientos que necesitamos que se realicen.

Gracias a él he aprendido una palabra algo parecido a una palabra mágica, con la cual puedes hacer que todas las cosas tengan un mismo nombre; “Negocia” le llama, y es tan efectiva, que no importa a qué te refieras, la otra persona te entenderá.

Tantas cosas me ha enseñado para hacer mi vida más fácil que a veces no puedo entender que hasta las emociones se puedan hacer una sola. ¡Sí! puede sonar tonto pero así es; gritan cuando están felices, cuando están enojados, cuando están comiendo y hasta cuando ya se van a dormir. Llaman “jijoeputa” hasta a sus hijos, en este caso mi abuelo llama jijoeputas a sus nietas, yo entiendo que carece de toda educación posible, sin embargo es una forma natural (para ellos) de hablarles cuando están contentos o enojados. El otro día fuimos con ellos a cenar a una taquería, en especial mi abuelo quedó tan encantado que al final exclamó –¡ahh! ¡Qué riquísima cena, cuando tenga dinero voy a traer a las “jijoeputas” esas para que jarten hasta que se revienten- en lugar de ofenderme porque se haya referido de esa forma a mis primas más pequeñas, inmediatamente comprendí que se trataba de la más sublime muestra de cariño. Extraño ¿no?

Es obvio que las enseñanzas del viejo se repitan de generación en generación, mi padre es el ejemplo más vivo de este legado, a pesar de que él se encuentre en Estados Unidos, sigue recordando al “burbujón” de gente con la que convivía en su pueblo, ¡sí pue! Parece que sus raíces permanecen intactas no importa lo lejos que se encuentre, ni siquiera el hecho que vista de Calvin Klein.

Es por eso que me he atrevido a compartir con ustedes un poco del legado de mi familia paterna, porque recuerden que “Familia que permanece junta, seguramente es Tabasqueña”

*a corrección de Vero cambié 2 palabras que había mal escrito.

5 comentarios:

Eva María Ashanti Zaragoza Marín dijo...

ah que hijoeputa es tu abuelo! es a todo dar el viejo jajajaja

es como una caricatura andando! son una especie de familia peluche

Vero Landher dijo...

Solo dos notas niña...
No es Hijoeputa... sino, Jijueputa.
No es Chinini... sino Chinín.

O es que nuestros regionalismos están sufriendo graves altercados gramaticales??? jajaja xD

Además para que nuestra chocultura no muera, los locutores actuales luchan y luchan para mantenerla vigente...

Si puej...!(La Chacala)

Fa dijo...

Estoy de acuerdo con Vero... por cierto, ¿leí que el pejelagarto nos trae hasta ma ladre? A mí lo que me tiene verdaderamente molesta es que la mayoría de las personas piensen que sólo comemos eso, o que es lo que más se sirve, cuando en realidad es dificil encontrarlo.

*CaleidOscópica dijo...

¡no me refiero al pescado fa!

Hugo Reynaga dijo...

U____U

Mi no saber de que estar hablando tú. Yo jamás haber utilizado esos términos.

Nos leemos luego, tengo que ir a cambiar los raidolitos. Jaja. Broma.

PD: el dulce de calabaza no me gusta... sabe feo. El chinín en cambio lo amo.